De pájaros, silencios y eternidades

A Lina Tur Bonet, bartokiana, vivaldiana, intemporal


John Cage

En Un ricordo al futuro Luciano Berio afirma que el silencio, musical y acústicamente, no existe. Puede ser habitado por todo y por nada: es una imagen mental, una especie de grisura retiniana de la conciencia musical. En efecto, el silencio absoluto es imposible, inimaginable. Todo instante de la realidad, por silente que se pretenda, se halla inevitablemente perforado por múltiples ecos, por una muchedumbre de acontecimientos sonoros aleatorios e imprecisos: incluso en el interior de una cámara de total aislamiento, las sonoridades del propio organismo (el corazón, la respiración, los destellos del sistema nervioso) se perciben como señales sonoras de una realidad externa, como bien describiera John Cage tras someterse a una experiencia análoga. En realidad, el silencio es una abstracción más cercana a la experiencia mística que a una realidad física. Quizá por ello, la música se afana en ofrecerlo como una posibilidad remota pero engañosamente practicable, mensurable, inscriptible sobre la partitura mediante signos engañosamente precisos y definidos. Quizá debiéramos entender el silencio como una suerte de trampantojo acústico.

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