Realidad de la ficción

La novena (y postrera) de las acciones ejecutadas por M.Oscar (Denis Lavant)  a lo largo de Holy Motors, el inquietante film de Léos Carax, tiene un carácter absolutamente singular dentro del conjunto de la cinta, y ello por tres razones: por ser la más larga y la de mayor elaboración argumental de todas, por iniciarse de una forma aparentemente casual (el encuentro de las limusinas a punto de colisionar) y, sobre todo, por estar situada en última posición, lo que otorga nuevo significado a cuanto le ha precedido. El relato es más complejo que el de cualquiera de las representaciones anteriores en la medida en que implica el pasado de los propios personajes en tanto que actores, que pasan así a convertirse en sujetos ficcionales en sí mismos, denunciando la representación desde su propio interior: las preguntas que formulan sobre el cabello blanco de él o los ojos de ella involucran la idea del paso del tiempo como una gravitación significante que impregna el relato con una perspectiva nueva, más allá de las figuras que los personajes han encarnado con anterioridad y que constituyen la materia esencial de la trama. De hecho, Jean habla de la escena que debe protagonizar veinte minutos más tarde: Eva Grace, una azafata de vuelo (profesión no casual, como el cierre de la historia mostrará) que vive su última noche. Esa superposición de planos ficcionales distingue el episodio de los anteriores, bien que se encuentre anunciado en el final del precedente, en la medida en que Elise (Elise Lhomeau), la actriz que interpreta el personaje de Léa, que acompaña la representación de la muerte del protagonista (por tercera vez consecutiva, actuando como asesino y víctima simultáneamente en las dos anteriores para cubrir todos los registros dramáticos), tarda en reponerse emotivamente de su propia interpretación quedando abandonada junto a la cama mientras M.Oscar sale rápidamente de la escena: el acto se ve sucedido por un paseo, nocturno y fantasmal, por el cementerio de Père-Lachaise, donde ya tuvo lugar una de las ficciones previas (que implicaba una obvia referencia especular a la pareja Esmeralda/Quasimodo o quizá a la de Erik y Christine de Le phantôme de l’opéra) en que M.Merde, habitante de las cloacas parisinas, rapta a una suntuosa modelo (Eva Mendes) para llevarla a su sórdido habitáculo, donde acabará acunado por ella componiendo una suerte de Pietà cuasi pornográfica, al par que migelangelesca, en que los registros sagrado y profano se anegan el uno en el otro.

El recorrido (y sus propios referentes) suponen así el pórtico que destaca la singularidad de la ficción conclusiva. Y es ahí donde la canción interpretada por Jean (Kylie Minogue, a quien ya habíamos escuchado en fuera de campo interpretando Can’t get you out of my head en el arranque de la cuarta acción: el padre que recoge a su hija tras un guateque) cobra todo su sentido en tanto que preludio metafórico para la decisiva acción que se avecina: Who were we? revela su funcionalidad trascendente al implicar un género fílmico (el musical) ausente hasta entonces del inventario referencial que le antecede, pero, y por encime de todo, por revelar el significado asociado a la propia música con anterioridad. Casi todas las acciones llevadas a cabo por M.Oscar estuvieron separadas por las notas enigmáticas emanadas de un piano no diegético, y ésas son, justamente, las que vertebran el inicio de la melodía de la canción que ahora entona Jean, cuyo texto, una vez más, hace referencia a la naturaleza irrecuperable de la flecha del tiempo, otorgando una plenitud de significación retrospectiva a esas notas que, ahora por primera y última vez, se sustancian en materia diegética y argumental en primer grado:

Así, el resto de la secuencia alcanza un sentido nuevo y diferente de todo lo anterior. Cuando M.Oscar vuelva a la calle y se dirija a su limusina no ha habido tiempo ficcional suficiente para que Jean y Henry desciendan y se sitúen adecuadamente para representar el papel de cadáveres víctimas de un doble suicidio: los personajes han muerto realmente arrojándose desde la cornisa de La Samaritaine (el último vuelo de Eva Grace) y M.Oscar contempla, aterrado, un horror que ya intuía, como sus palabras a Jean, minutos antes, habían anunciado al decirle que había algo que concernía a ambos y que ella ignoraba, y cuya índole se revela ahora: la seguridad de que no habrían de volver a verse. La ficción es tan poderosa que suplanta la realidad: Holy Motors está repleto de referencias que abarcan de Henry James a Georges Franju pero, y por encima de todo, el film de Léos Carax constituye el más exaltado ditirambo que quepa imaginar hacia la profesión actoral.

José Luis Téllez (marzo 2020)