Poética del semitono
Maurice Nicoll describió el desarrollo interior del hombre como un itinerario que en determinados momentos precisa de lo que denominó choque consciente: un grado de recuerdo de sí cualitativamente distinto del recuerdo ordinario que lleve al sujeto a un estado de conciencia superior. A partir de ese punto se iniciaría otro desarrollo que para pasar a un nuevo estado más elevado requería a su vez un nuevo choque consciente.
¿Podríamos extrapolar el símil? La evolución de la Tierra exhibe algunos ejemplos comparables a ese choque consciente, dos acontecimientos en que la realidad del planeta ha experimentado sendas transformaciones de naturaleza cualitativa, y no cuantitativa. Hay dos episodios equivalentes y su posición podría asimilarse a la de los semitonos en la escala mayor: lo que ha venido a denominarse el modo jónico, porque, a diferencia de otras escalas modales, el séptimo grado está sensibilizado, situándose a un semitono de la tónica en la octava superior. Es justamente esa circunstancia lo que permite emplear esa analogía. En la escala de Do mayor, del Do al Fa hay dos tonos y medio, del Fa al Si hay tres tonos: los dos tonos iniciales podríamos parangonarlos con la propia evolución del planeta desde su origen hasta su estructura compuesta de continentes sólidos navegando sobre océanos líquidos, mas la formación posterior del campo electromagnético que protege la atmósfera. Con independencia de la escala de tiempo, ahí existe un desarrollo que nos conduce al borde del primer semitono: sería el paso del Mi al Fa. Y ahí es donde se situaría el primer choque consciente: la aparición de la materia viva, que es un fenómeno crucial en la historia del planeta. Ese primer semitono implica una transformación que hoy por hoy ignoramos como pudo producirse, pero que ha condicionado cuanto ha venido a continuación. Es obvio que esos dos tonos y medio corresponden a un periodo temporal inmensamente más largo que todo lo acontecido con posterioridad, pero desde el punto de vista cualitativo las modificaciones ulteriores resultan mucho más acusadas. Si el paso del Mi al Fa es comparable a la aparición de la vida, el posterior que completa la escala, el paso del Si al Do, es la llegada a la octava sucesiva, lo que implica una transformación substancial: el que unos organismos que se han ido formando de manera aleatoria según el azar y la necesidad, alcancen el ámbito de la palabra. Si el semitono Mi-Fa señala la aparición de la vida, el de la sensible a la tónica superior marcaría la aparición del lenguaje y es ese lenguaje, y no otra cosa, lo que hace al hombre cualitativamente distinto con respecto a cualquier otro animal. El hombre comparte con el chimpancé bonobo más del 99% del genoma, pero hay un abismo entre uno y otro: el abismo de la palabra (que es tanto como decir: de la música). El lenguaje dota al hombre de la conciencia de la muerte y del sentido del tiempo y ahí radica su debilidad, pero también su fuerza.
La cuestión es que ignoramos cómo se recorre esa octava superior. Por supuesto, desde la aparición del lenguaje han sucedido varios hechos que han transformado cualitativamente las relaciones del hombre con ese lenguaje: está la escritura, la aparición posterior de la imprenta y, actualmente, la difusión universal de lo escrito a través de internet, pero la realidad es que ninguno de esos cambios parece haber transformado de manera sustancial la condición humana. Como especie, debería aguardarnos otro salto cualitativo desde el Mi al Fa de nuestra octava, pero cómo sea ese salto es objeto de especulación. O quizá ese paso semitonal solamente se produzca individualmente: tan solo algunos individuos son, o han sido, capaces de alcanzar un nivel de conciencia superior.
El origen de la materia viva es un enigma, pero no cabe duda de que en algún momento podrá desvelarse: con la palabra no sucede lo mismo. Todos los lenguajes conocidos tienen idéntica estructura, un sistema de doble articulación: algo demasiado sutil y complejo como para que pueda nacer de una manera espontánea. No existe un “lenguaje primitivo” que suponga una etapa previa al que conocemos (al menos, no existe al más leve vestigio de semejante cosa): el lenguaje es como es o no existe, y ese misterio jamás podrá resolverse. Hakim Sanai, un maestro sufí persa del S.XII, escribió: Perecí como mineral y renací como vegetal. Muerto como vegetal me transformé en animal. Y expiré como animal y resurgí como hombre. ¿Por qué temer a la muerte? La próxima vez moriré y tendré alas como los ángeles y luego me elevaré más allá de los ángeles. Aquéllo que no puedes ni aún imaginar: éso seré.
Podíamos desarrollar el símil, bien que, a falta de cualquier posible constatación científica, solamente podamos hacerlo en un plano puramente metafórico: quizá hayan sido los Ángeles quienes hayan enseñado a hablar a los hombres. Y de ser ello así, sólo podría tratarse de los ángeles músicos, esos de los que existen numerosas y sumamente vívidas representaciones en la pintura de todos los tiempos: a fin de cuentas, la música también es un sistema articulado que, como la palabra, utiliza un conjunto muy limitado de sonidos de base.
Pero también puede suceder que lo que llamamos Angel no sea sino la forma superior de lo que hoy llamamos Hombre: el Do de la tercera octava.
José Luis Téllez (mayo 2022)