Mémoire de la Musique
La musique n’est q’une et ses mêmes accords
Pour tout doivent former de semblables transports
Jean de Serré de Rieux
En la entrada correspondiente al sábado 18 de marzo de 1746, Charles-Philippe d’Albert, cuarto duque de Luynes, cita en sus Memorias el estreno, el miércoles de esa misma semana, de Les Dieux de l’Egypte, el ballet de Luis de Cahusac con música de Rameau, cuyo título acababa de cambiarse por Les Fêtes de l’Hymen et de l’Amour, que se interpretó con motivo del enlace del Delfín con María Josepha de Sajonia, y cuya partitura describe en los términos siguientes: les amants de Lully trouvent que Rameau est quelquefois singulier, el que plusieurs de ses ouvrages sont dans le goût italien: c’est le jugement que ses critiques on porté sur les opéras de sa composition qui ont paru: cependant on ne peut s’empêcher de d’avouer que c’est un des plus grands musiciens que nous ayons.
Rameau no se acercó a la escena hasta los cincuenta años, pero a partir de ese momento produjo una treintena de obras teatrales en los diversos géneros de la época. Les Fêtes de l’Hymen dista quizá de ser su mejor trabajo escénico, pero contiene algunos episodios notables, como el monólogo de Memphis (cuya gran belleza melódica deriva de los constantes juegos cromáticos) o algún pasaje sorprendente, como el coro que en la Seconde Entrée describe el desbordamiento del Nilo, resuelto a diez partes reales (doble coro y dos solistas), lo que carece de equivalente no ya en el resto de su obra sino en cualquier otra Opéra-Ballet de la época. La influencia italiana, que los Lullystas denunciaban, resulta cuestionable: Michel de Chabanon, en su Eloge de Rameau, afirma que el autor de Hyppolyte et Aricie solamente estuvo en Italia menos de un mes (y que no fue más allá de Milán) cuando se hallaba en torno a los dieciocho años y que lamentaba no haber estado más tiempo allí porque pensaba que el contacto directo con la música de aquel país habría refinado la suya propia. Por lo demás, tras su presentación en Versalles, la obra alcanzó treinta y siete representaciones sucesivas en la Académie Royal de Musique y fue repuesta al menos en una docena de ocasiones entre su estreno y el año 1754.
Marie Brûlart, la esposa de Luynes, era dama de honor de la Reina (nèe Maria Lescziynska), mucho más amante de la música que su antecesora en el trono (y desde luego, mucho más que su esposo, Louis XV): de hecho, cantaba (avec voix petite mais fort douce, afirma Luynes) y tocaba diversos instrumentos (bien que mediocremente, al parecer), el clavecín y la musette entre ellos. Parece que su amor por la música se contagió a sus hijos: Louis Ferdinand (para la celebración de cuyo enlace se estrenó la obra de Rameau arriba citada) la prefería a cualquier otro entretenimiento: además de cantar, tocaba el clave y el violín y, un año después de su matrimonio, se hizo construir un pequeño órgano en su gabinete de trabajo. Louynes afirma que il a des dispositions pour Euterpe et grande facilité pour apprende.
La Dauphine tenía también (de creer a Luynes) grandes aptitudes musicales: consumada clavecinista, conocía perfectamente a Bach y experimentaba fuerte atracción por el operismo italiano: descubrir el ballet francés fue para ella una experiencia extremadamente enriquecedora. Al igual que la Reina, organizaba uno o dos conciertos semanales en sus apartamentos: con motivo de su boda, su padre, el Elector de Sajonia, envió a su corte a Johann Adolph Hasse y a su esposa, la célebre cantante Faustina Bordoni que, aún pasada la cincuentena, seguía provocando general aplauso. Hasse escribió para la Dauphine cuatro sonatas que el compositor le instó a tocar à l’italienne, c’est-a-dire, avec des réalisations intriguées.
Por su parte, la música para tecla de Rameau se había publicado en 1706, 1724 y 1728, mas las Pièces de clavecín en concert de 1741 y la muy brillante y virtuosística La Dauphine, escrita en ocasión de la boda sopradicha: es una producción numéricamente muy inferior a la de Couperin, pero su perfección y expresividad se sitúan en el punto más alto de la música clavecinística de todos los tiempos: la general tendencia hacia el modo menor y la admirable factura de las piezas justifica la célebre expresión del propio compositor: La vraie musique est le langage du coeur: c’est à l’âme que la musique doit parler.
Rameau había sido nombrado Compositeur de la Chambre du Roi en 1745, el año anterior al estreno de Les Fêtes de l’Hymen, pero éso no le hacía ser el preferido de la Reina, que valoraba sobre todo a Mondonville. Por lo demás, los conciertos orquestales que la soberana auspiciaba estaban dirigidos por François Collin de Blamont o por François Rebel (hijo del célebre Jean-Féry Rebel): a su vez, los músicos más apreciados en la Corte eran Guillermain, Guignon, Selle, Blavet, Boury, Mouret, Françoeur, Mion, Lagarde, Royer, Blaise… Hoy sus nombres solamente ocupan un lugar en los diccionarios, pero el de Rameau no ha cesado de crecer desde que publicase sus composiciones para tecla, que a estas alturas siguen ocupando un lugar preeminente en la historia del instrumento, mientras que sus obras teatrales solamente han empezado a recuperarse y divulgarse en tiempos (relativamente) recientes. Vaivenes inescrutables de la Fortuna.
Jose Luis Tellez (julio 2023)