Los rostros de la súplica
Al parecer, Carlo Gozzi afirmaba que solamente existían treinta y seis situaciones trágicas posibles, y que cualquier obra teatral era inevitablemente una combinación de algunas de ellas. Schiller, polemizando con Goethe, sostenía que el número era mayor pero, forzado por éste, fue incapaz de llegar a enumerar ni siquiera las preconizadas por el autor de Turandot. Eckermann da puntual noticia de que la controversia tuvo lugar en la sobremesa del domingo 14 de febrero de 1830. En todo caso, la lista de tales situaciones no ha llegado hasta nosotros: el crítico y teórico Georges Polti, ya en 1895, propuso una serie posible que desde entonces se considera referencial.
¿Es posible una pieza dramática basada solamente en una de tales situaciones? Deux jours une nuit, el notable film de los Frères Dardenne, se diría concebida como una suerte de “respuesta activa” a tal interrogante. Sandra ha estado de baja por depresión y cuando pretende reincorporarse a la plantilla de la empresa es informada de que el jefe ha propuesto a sus compañeros asumir su parte de trabajo a base de horas extra a cambio de una gratificación. Una votación a mano alzada entre los trabajadores lo corrobora, pero la representante sindical consigue convocar para el lunes una nueva consulta secreta: Sandra dispone de un fin de semana para tratar de convencerles de que renuncien a la oferta para que ella pueda evitar el cese.
Mas allá de la infamia patronal que supone traspasar a los propios empleados la responsabilidad del despido, estamos en la situación número uno de las enumeradas por Polti: Implorer. La súplica es la única situación que organiza el decurso dramático: Sandrá visitará a diez de sus dieciséis compañeros para tratar de convencerlos de que voten a favor de su permanencia en la empresa. Se explotan diferentes posibilidades formales buscando un mínimo de variedad: con alguno hablará por teléfono, otro no quiere verla, forzando a su hija pequeña a que hable con ella a través del interfono, otro agredirá a un tercero para que éste no se deje convencer…Los encuentros difieren (aunque casi todos se efectúan en el exterior de las respectivas viviendas o en espacios adyacentes: ninguno invita a Sandra a entrar en la suya), pero la situación de base es siempre idéntica. La fuerza dramática del texto fílmico (sustentado en una actuación verdaderamente antológica de Marion Cotillard) procede justamente de esa reincidencia forzada y agotadora. Y si el film, formalmente, y por razones estrictamente políticas (su lectura por un público amplio y no especializado) asume una construcción narrativa más o menos convencional dentro de lo que Noël Burch denominase Modo Institucional de Representación, ello no le priva de algún detalle profundamente significativo: salvo en dos casos, en todos los encuentros hay un elemento vertical que divide el cuadro (el quicio de una puerta, la esquina de un edificio, la puerta de un coche, la diferencia de texturas en mismo muro…) de modo que Sandra siempre se encuentra en un espacio separado del de su interlocutor, a guisa de metáfora de su desencuentro. La situación visual solamente diverge en dos ocasiones: el encuentro con Timur (Timur Magomedgadziev) en el campo de fútbol, cuya valla deja de verse cuando éste, lloroso, dolorido y culpable por haber votado en su contra, le prometa apoyar su regreso y el encuentro final con Alphonse (Serge Koto) en la lavandería, que hará lo propio, pese a la posibilidad de quedar en paro cuando expire su contrato temporal.
Todo relato comienza con un desequilibrio que el desarrollo de la historia volverá a equilibrar, bien retornando al estado inicial (comedia), bien alcanzando otro grado diferente de conocimiento (tragedia), con lo que la situación de partida, sea cual sea, debe transformarse al alcanzar el término del drama. La votación del lunes arroja un empate. A punto de salir, y tras despedirse de los compañeros que la han apoyado, Sandra es reclamada por el patrón, que le ofrece la posibilidad de regresar al trabajo cuando expire el contrato de Alphonse, a lo que Sandra se negará. La situación es la misma del comienzo, pero ahora ella ha transformado su angustia en confianza: se abre un nuevo itinerario que no veremos, pero el terror ha dejado paso a la esperanza a través de la negativa de la protagonista a perjudicar al compañero que la apoyó pese a encontrarse en una posición extremadamente frágil. Si en Deux jours une nuit el desequilibrio había arrancado con la situación número seis de las enunciadas por Polti (la posibilidad de perder el empleo: Désastre), el final de la historia clausurará el extenuante itinerario de Sandra con su arribada a la situación número veinte: Se sacrifier à l’ideal.
José Luis Téllez, febrero 2020