La contraseña del infinito. 47 relatos musicales (El Imparcial)

En el primer relato de este volumen de José Luis Téllez, La contraseña del infinito, el protagonista, que va narrando una relación amistosa con el sheik Omar Ibn-Aliwa, que surgió en torno a la música, concluye al final de su extraordinaria vivencia con él, que quizá «la música sea algo mucho más trascendente que una simple máquina de provocar emociones». A partir de ahí, los 47 relatos que componen el libro tienen como lugar común la música, pero no como una circunstancia o anécdota alrededor de la cual se compone una historia, sino como personaje mismo, lo que le confiere una apreciable singularidad. A la misma hay que sumarle una conseguida mezcla entre la narrativa de tradición oriental o popular («Se dice que los Ai-Nu, legendarios pobladores de Suanosé, en el extremo oriental del Archipiélago, eran depositarios de una canción que otorgaba la muerte a quien la entonase en presencia de extraños»); unos toques de ciencia ficción; un halo de misterio de gusto romántico («Bajo los cimientos de los teatros de la ópera se abren inmensos espacios polvorientos y oscuros donde se agolpa una muchedumbre de ruinas de escayola y papel pintado que, al finalizar cada representación, caen tumultuosamente por el abismo abierto tras el proscenio»), o modernista («Uno de los innumerables patios del Palacio Nuevo albergaba un jardín cuyas flores, al ser rozadas por la brisa, producían sonidos como de cristal lejano»); o un quehacer minucioso y metódico a lo Borges («La reciente subasta de la biblioteca que perteneció a Ernestine Schindler, nieta de Alice Barbi, ha arrojado inesperada luz sobre los últimos días de Robert Schumann»). Todo ello consigue en el conjunto ese tono narrativo mágico, evocador y ameno que concedíamos a la literatura antes empezar a diseccionarla; a analizar y catalogar su componente celular -análisis que, por otra parte, superarían estos cuentos-, haciendo verosímiles circunstancias que van más allá de la realidad palpable, y transmitiendo palpitaciones que se sienten por encima de las palabras, como aquellas que provoca la música.

Recordemos aquí que José Luis Téllez (Madrid, 1944) ha dedicado su vida a la música, trabajando durante años en radio y televisión española, presentando óperas, conciertos y programas musicales, dando conferencias dentro y fuera del país o, actualmente, charlas introductorias a todas las óperas que programa el Teatro Real en Madrid; y publicando títulos como Para acercarse a la música (1981), Música presente: perspectivas para el s. XXI (2006) o Dos trilogías en la vida de un operista. I: Mozart-Da Ponte. También ha incursionado en el mundo del cine -lo que se refleja en las muchas referencias que encontramos en el presente volumen-, habiendo recogido una serie de artículos sobre cine y música en Paisajes imaginarios (2013). Y los cuentos de La contraseña del infinito, los cuales, según confiesa el propio autor, ha ido escribiendo durante los últimos treinta años. Circunstancia que no deja de sorprender al ver la perfecta unidad estética y de estilo que tiene el conjunto.

Me ha parecido que La contraseña del infinito no es sino una pieza musical, que José Luis Téllez ha compuesto convirtiéndose en ese «Hombre de la Música» del que habla en uno de sus relatos; alguien que llegaba a la Plaza de la Ciudad, montaba su tenderete, relataba sucedidos y noticias traídas de sus viajes por el mundo y, finalmente, extraía un minúsculo cofrecillo y preguntaba a los presentes si querían escuchar música y qué tipo de música. Tras recibir sus respuestas, «colocaba la cajilla ante sí y, con ceremonial lentitud, levantaba la tapa. Y entonces, de su interior vacío brotaba una música que llenaba todo el espacio, tan poderosa y tan dulce que alegraba al uno y confortaba al otro, que exaltaba a este y entristecía a aquel, que transportaba imágenes vagamente ensoñadas, que forzaba a cantar o a bailar o que suspendía el alma por traer recuerdos que se creían perdidos. Y eran todas las músicas, y era una misma música y eran mil emociones diferentes». Sean o no melómanos, disfrutarán mucho con este libro y, si lo son, miel sobre hojuelas.

Inmaculada Lergo

Este artículo apareció en la edición impresa de El Imparcial del domingo, 12 de agosto de 2018