Fülle des Wohllauts

«An Nora, meine unvergeßliche Lehrerin«

El séptimo episodio del séptimo (y último) capítulo de Der Zauberberg (La montaña mágica), la grandiosa novela de Thomas Mann, recoge el momento en que Hans Castorp, su protagonista, se queda a solas con el gramófono que la dirección del Berghof ha adquirido para deleite de los pacientes del sanatorio. Como explica el narrador, tal objeto estaba destinado a liberar a nuestro viejo amigo de la manía de las cartas para conducirle en brazos de otra pasión, más noble aunque, en el fondo, no menos extraña (unser langjährigen Freund von Kartentick erlöste und ihn einer anderen, edleren, wenn auch im Gründe nicht weniger seltsamen Leidenschft, in die Arme führte). Mario Verdaguer, el primero (y durante varias décadas, el único) traductor de la obra al castellano, traslada con libertad el epígrafe del episodio (que sirve igualmente como título a la presente nota) como Ondas de armonía, lo que no es enteramente exacto, pero que resume muy bellamente lo narrado en el memorable pasaje: sobreabundancia (o plenitud) de eufonía (o de armonía) fuera vez más correcto pero, sin duda, mucho menos poético.

Las músicas que el protagonista escucha en soledad comprenden varios fragmentos operísticos, entre los cuales el final de Aida y la canción de la flor de Carmen ocupan varias páginas (junto con el dúo entre Mimi y Rodolfo que concluye el primer acto de La Bohème), pero la música que más cautiva su atención y más hondamente le conmueve es Der Lindenbaum, el Lied que Schubert sitúa en quinta posición en el insuperable conjunto del Winterreise. Tomas Mann señala que la admirable pieza ha pasado a formar parte de la cultura popular alemana y que es normal cantarla con la misma música en todas sus estrofas, contradiciendo el original y su trágico episodio central en modo menor (añadamos, por nuestra parte, que existieron, incluso, versiones a cuatro voces para uso de los coros aficionados que mantienen el modelo descrito por el novelista). Castorp elige siempre la pieza como conclusión de sus audiciones: su música se inscribe en su ánimo de forma singular, pero también su texto, esa sugestión del suicidio apenas velada que la sombra del tilo le susurra en el último verso: Du fändest Ruhe dort, allí encontrarías reposo. Y todo ello cobra un sentido mucho más decisivo cuando, en la apresurada conclusión del relato, entreveamos al protagonista que, movilizado junto a otra muchedumbre anónima, camina hacia la muerte en los primeros días de la Gran Guerra con los últimos compases de la canción de Schubert en su memoria.

Mann insiste en que lo que le hacía disfrutar a Hans Castorp por encima de todo era la idealidad triunfante de la música, del arte, de la mente humana, de la alta e irrefutable sublimación que la música operaba sobre la vulgar fealdad de lo real (die siegende Identität der Musik, der Kunst, des menslichen Gemüts, die hohe und unwiederlegliche Beschönigung, die sie der gemeinen Gräblichkeit der wirklichen Dinge angdeihen ließ). Es imposible expresar con mayor belleza (pero, sobre todo, con mayor exactitud y pertinencia) el significado profundo de la música, su fuerza transformadora, su irresistible poder sobre la emoción y sobre la mente, su elevación suprema sobre cualquier otra forma del arte.

Joachim, el primo de Hans Castorp a quien ésta ha ido a visitar al Berghof afirma en el primer capítulo, cuando éste se asombra de que aquél deba permanecer allí mucho más de tres semanas que tres semanas, aquí arriba, no son nada para nosotros, pero para ti, que estás de visita, que apenas acabas de llegar y que, sobre todo, solamente debes quedarte tres semanas, es un montón de tiempo (drei Wochen sind freilich fast nichts für uns hier oben, aber für dich, der du zu Besucht hier bist und überhaupt nur drei Wochen bleiben sollst, für dich ist es doch eine Menge Zeit). La novela se desarrolla a lo largo de siete años, pero la expansión temporal se comprime a lo largo del texto: si el primer capítulo (cincuenta y cinco páginas de la edición Fischer) describe el primer día de Castorp en el Berghof, desde el segundo al quinto (cuatrocientas diecisiete) se expone el primer año de estancia allí, mientras los seis años siguientes se condensan en los dos capítulos finales (497 páginas). El propio Mann ilustra este desfase en un célebre pasaje del capítulo cuarto: los años ricos en acontecimientos pasan mucho más lentamente que los años pobres, vacíos y ligeros que el viento empuja y que se alejan (ereigsreiche Jahre viel langsamer vegehen als jene armen, leeren, leichten, die der Windvor sich her bläst, und die verfliegen).

Se ha descrito Der Zauberberg como Bildungsroman, novela de aprendizaje, pero tal vez fuera más esclarecedor definirla como Zeitroman, novela del tiempo: el propio autor comienza el sexto capítulo preguntándose ¿qué es el tiempo?, y contesta de forma lapidaria: un misterio sin naturaleza y todopoderoso (Ein Geheimnis wesenlos und allmächtig). Más allá del episodio (ciertamente memorable) del gramófono, la organización interna del libro muestra que la materia básica de Der Zauberberg no es otra cosa sino la interrogación acerca del sentido del tiempo y de su percepción por parte del sujeto. Quizá, apurando aún más el significante, fuese todavía más preciso describirla como Musikroman: porque, en definitiva, ¿no es el tiempo, igualmente, la sustancia primigenia de la música?

José Luis Téllez