En tiempos antiguos se otorgaba gran importancia a la enseñanza de la música porque su ejercicio permitía afinar el oído con el fin de que el alumno pudiera distinguir las notas profundas de la Naturaleza. Era un mundo de agricultores, cazadores y ganaderos, y de ahí que la capacidad para apreciar la afinación espontánea de los diversos paisajes fuese un aliado esencial para reconocer cuales eran los territorios más aptos para la labranza, para los pastos o para las actividades venatorias. Las tierras llanas se distinguían por producir líneas afinadas de una sola nota, ideales para la agricultura, los intervalos de quinta justa señalaban las tierras de buena vegetación para la cría del ganado y las octavas eran especialmente apreciadas para los cereales o el girasol, porque favorecían el crecimiento de las plantas de gran desarrollo vertical, mientras las cuartas ascendentes señalaban los territorios más adecuados para la caza. En la llanura, el viento traía lejanas armonías de Re bemol mayor, pero si soplaba del oeste se adivinaban sonoridades más complejas en las que aromas de Fa sostenido menor coexistían con arpegios de Sol con Do natural añadido.
De acuerdo con la época del año, las notas fundamentales de ciertas escalas favorecían las labores estacionales, de modo que los trabajos propios de la primavera se veían beneficiados por el alegre tono de Mi mayor y las fatigas de la cosecha estival se acompañaban de un sosegado Sol menor, mientras el Fa mayor del otoño preludiaba ya la oscuridad y melancolía del Fa menor invernal.
Las parameras y las tierras altas con vegetación de monte bajo resonaban por terceras mayores que en la elevación de las altas cumbres formaban rotundos acordes de séptima de dominante, mientras los acordes perfectos arrullaban las zonas ribereñas. Ciertas orillas fluviales resonaban en Si bemol mayor, con suaves ondulaciones en 6/8 que refluían hacia la dominante, pero en otros parajes más lejanos la tonalidad del Gran Rio era la de Mi bemol: aguzando el oído podían percibirse arpegios entonados por delicadas voces femeninas, como de náyades entregadas al fluir sensual de la corriente.
Adentrarse en los terrenos boscosos provocaba la aparición de terceras menores que se superponían en las zonas de más denso arbolado. Se afirmaba que en los parajes donde la espesura era más profunda, podían entreoírse séptimas de sensible: nadie osaba aproximarse allí, y las consejas populares hablaban de enmarañadas honduras pobladas por vampiros y otros seres maléficos en las que resonaban misteriosos acordes de séptima disminuída: se hablaba de enanos que habitaban en las oscuras profundidades de la tierra o en el fondo más remoto de los ríos, enanos dispuestos a todo para robar el oro primordial que se ocultaban tras la sonoridad enigmática de las terceras menores sobrepuestas.
Los pescadores y los habitantes de la costa también temían ese acorde, porque acentuaba el fragor de las tormentas y estaba lleno de malos presagios. Se afirmaba que, a su conjuro, podía el navegante verse asaltado por buques fantasmales que surcan los océanos tripulados por marinos errantes sin patria y sin sosiego. Algunas de esas gentes hablaban también de agregados armónicos nunca oídos que solamente alcanzaban a percibirse mar adentro: sextas francesas con sensible añadida que evocaban amores imposibles enfrentados al destino que tan sólo en la muerte hallaban su sosiego. La inmensidad oceánica estaba poblada por seres desconocidos, cuyas armonías excedían cuanto los hombres podían imaginar: pero también ciertas noches tenebrosas traían el gemido de boscajes en los que el silencio, la búsqueda y la espera se entreveraban con agregados de seis notas por cuartas superpuestas alternadas con triadas aumentadas.
En la medida en que la vida se transformó de rural en urbana, las armonías que la sustentaban se modificaron, haciéndose más complejas y menos discernibles. Hay espacios en los que resuenan acordes por quintas o por cuartas que, en algún caso, alternan las aumentadas y las disminuidas: hay gentes que quieren ver en ellos la prueba de una inspiración mística y prometeica, pero la realidad es que se trata solamente de escalas hexatónicas con un grado rebajado que se agrupan sobre sí impidiendo discernir fundamental alguna. En algún caso extremo el amontonamiento de disonancias ha llegado a lo inexpresable: se dice que, en Londres, a principios del pasado siglo, se llegaron a escuchar agregados estridentes que implicaban la integridad del total cromático. The Suny otros tabloides sensacionalistas afirmaron que trataba de la rúbrica sonora de los terribles asesinatos de Jack the Ripper, pero nadie prestó oídos a tan alambicadas teorías. Solamente en Paris, en 1978, pudo comprobarse la veracidad de tales asertos: pero ya era demasiado tarde para reconquistar la antigua felicidad diatónica y es probable que el mundo jamás regrese a la apacible Consonancia Universal.